ara poder recoger un fruto saludable y de rendimiento de nuestros árboles frutales, la poda es imprescindible. La poda que realizaremos en invierno es fundamental para obtener una buena cosecha.
En el caso de árboles jóvenes, que no excedan de los 7-8 años, podarlos en temporada invernal va a fomentar su crecimiento y la consecución de una forma adecuada. Los meses óptimos para realizar la poda en el invierno son los primeros del año, enero y febrero, cuando el árbol está en reposo, no hay hojas.
Cuando el árbol está en plena vegetación, la savia que fluye hacia arriba potenciará el desarrollo de las puntas de las ramas, en perjuicio de la base de las mismas. La savia llamada elaborada, la que retorna hacia abajo, contiene el azúcar necesario para vigorizar la rama.
Por ello, si el árbol es vigoroso y crece hacia arriba, tendrá tendencia a fabricar madera y no generará fruto suficiente. Si las ramas están demasiado cargadas de frutas, la savia que fluye servirá para nutrir las frutas, y el árbol puede morir agotado.
Antes de comenzar la poda, es muy positivo hacer un análisis del estado del árbol y pensar cómo será su aspecto final, así como las acciones de poda a llevar a cabo. Algunas pautas a seguir son las siguientes:
Entre los beneficios de la poda, además de obtener una buena cosecha, está la protección a los árboles de algunas enfermedades, que pueden extenderse en algunas ramas que no han sido cuidadas o podadas.
Como vemos, el motivo principal de podar los árboles es potenciar su cantidad de fruto, la calidad y el rendimiento de la cosecha. La poda genera una modificación del flujo de la savia y una nueva configuración de ramas.
Los especialistas afirman que, en el caso de árboles de pepitas, el momento ideal para la poda es cuando se produce el llamado “descanso vegetativo”, es decir, cuando no hay hojas, lo que suele producirse en invierno.
Para el caso de los árboles de hueso, una poda realizada a finales del verano, cuando el árbol está en verde, permitirá una óptima cicatrización.